Fog
The fog has been thickening
into an ashen-blue blanket;
blinding the sea, she steals
our clutch of archipelagos:
crooked, cunning woman
who walks with clumsy steps.
She blurs Chiloé,
reaches as far as Tierra del Fuego
and juggles forms, the shapes
of boy and deer,
whisks away my bulk
just so they’ll cry.
I already know her tricks
of cutting corners
and playing blind man’s bluff
with the shepherd or the muleteer.
Now she’s playing her ever-lasting
game with us,
forging whales and octopi
from an idle, enchanting sea.
She treats us like we’ve drowned,
are lost, captive,
even though we’re underneath her,
just as God made us: whole.
I whisper to my kids
that it’s not solid, that it’s breath,
that its arm won’t choke,
that it’s a dead yawn, nothing more,
that we’re not fighting with a hero
but with white nonsense.
And we crack the blue egg
with lancets of dialect,
and we smash it up
with our two warm bodies.
In the aquarium of fog
swarming with monsters,
the man who rowed three oceans
has settled down to tell stories;
he speaks the slow channels,
conjures the straights,
like someone weaving worlds
with hands and gestures.
Now the old man’s telling
the long, worn tale
of the coasts eaten
by the hard-mouthed ocean,
and he is talking to the Antarctica
that we have and we haven’t.
From his mouth, Antarctica
rises like a halcyon in flight,
the divine white animal,
arrogant and sleepy.
And so with her we sleep,
fraternal and meek,
the little deer of symbol
and the feverish Indian.
We end up just where
they end up in the stories,
the loving Mother who is earth
and ends in sacred silence;
but the three of us find
the tightly-sealed secret,
the unknown whiteness,
the untouched Mystery.
Niebla
La niebla ha ido adensándose
en forro azul-ceniciento
y cegando el mar nos hurta
la nidada de archipiélagos:
hembra tramposa y ladina
que marcha con pasos lerdos.
Difumina a Chiloé,
llega hasta Tierra del Fuego
y trueca en malabaristas
lomos de niño y de ciervo,
y mi bulto escamotea
sólo porque lloren ellos.
Ya las trampas le conozco
de Redondear el cerco
y hacer “la gallina ciega”
con el pastor o el arriero.
Ella ahora está jugándonos
el su sempiterno juego
y urde ballenas y pulpos
de un vago mar hechicero.
Nos da por bien ahogados,
perdidos y prisioneros,
aunque estarnos bajo de ella,
como Dios nos hizo: enteros.
Les cuchicheo a mis críos
que no es bulto, que es resuello,
que no es brazo de ahogarnos,
que es, no más, bostezo muerto,
que no peleamos con héroe
sino con blanco esperpento.
Y el huevo azul entreabrimos
a lancetadas de acentos
y se lo desbaratamos
con los dos calientes cuerpos.
En el acuario de niebla,
acribillado de engendros,
el remador de tres mares
se ha puesto a contar sucesos;
dice los lentos canales,
romances los estrechos
como quien devana mundos
con las manos y los gestos.
Ahora el viejo está contando
el largo relato añejo,
de las costas masticadas
por el mar de duros belfos
y está diciendo a la Antártida
que habemos y que no habemos…
La Antártida de su boca
sube como alción en vuelo,
el blanco animal divino
engolado y soñoliento.
Así con ella dormimos
fraternales y mansuetos,
la bestezuela del símbolo
y el indio calenturiento.
Nos acabamos en donde
se acaba igual que en los cuentos,
la Madraza que es la tierra
y acaba en santo silencio;
pero los tres alcanzamos
el apretado secreto,
el blancor no conocido,
el intocado Misterio.